Toda la Biblia es una
representación del Drama Sagrado del Cristo Doble de la Casa de Israel. Dice antes como
pasará y ahora como pasó, es así que leyéndola podemos ser contemporáneos de
esa etapa de la Saga Sagrada
que sucedió en tiempos del control romano sobre las riquezas del Asia y de
Egipto.
Se trata de una
historia que se repite recurrentemente: de uno que viene y que viene de a dos.
Y los dos son hermanos de linaje divino, donde uno es el que es “rescatado de
las aguas” y el otro es el que actúa como Elías.
Es un hecho que
en todos los relatos esto siempre se repite, desde aún antes que Abraham; ya
aparece con los hijos de Adán, dónde uno suplanta al otro en el favor del Padre
(o de Eva, la Vida Misma ).
En todos los
relatos esta singular relación siempre se está reescribiendo.
Y sucedió que
esto se repitió de nuevo, y nadie lo vio.
Iba a venir el
Mesías una vez más como dos hermanos, dónde el menor es mayor que el
primogénito, y no lo supieron ver.
Llegaron dos hermanos, aunque en este caso no eran hermanos
de sangre, sino que eran hermanos en virtud de tener el mismo Padre, y lo que
no realizó el uno lo hizo el otro.
Uno murió en la
cruz, el otro resucitó.
Este otro es el
que fue llamado a ser el siguiente Mesías, el Cristo Ungido luego de la muerte
de Jesús.
Al final fueron
sepultados juntos, en una cueva al borde del camino.
Estos dos hermanos vinieron para que se realizaran todas las
profecías del pacto de Jehová con el pueblo de Israel.
Uno permaneció
y murió por sus pecados, el otro partió llevándose consigo el favor de Dios.
Después
siguieron llegando igualmente maestros vivos para el único Dios vivo, pero ya
no más en la casa de Israel.