jueves, 22 de septiembre de 2016

YO SUPREMO

Todos los presentes esa noche eramos Uno con el Yo Supremo. Todos éramos el mismo Yo, sin distinción de sexo ni de origen, todos éramos Yo.
Las estrellas se reflejaban en el Gran Estanque, y el Hermano Mayor nos explicaba acerca de los diferentes caminos para llegar a las Islas Ascendentes, la Tierra Vacía, donde en un futuro nos reuniríamos. Cada entendimiento era dibujado cuidadosamente sobre la piel de cada uno, y luego era repasado y repetido hasta que la tinta se hacía una con la sangre.
Nuestras amadas islas se hundían, y todas las islas y continentes cercanos estaban superpoblados de seres hostiles y agresivos; así que decidimos emigrar a la Tierra Nueva que hacía poco presentimos que había sido creada.
Muchos salimos hacia el Este, atravesando un océano de estrellas, hasta chocar con una frontera de tierra  y viento que no estaba considerada en el Viaje....
Los que navegamos hacia el poniente lo hicimos siguiendo la costa, y muchos nos fuimos asentando en tierras fértiles y poblaciones amigas, desplegando nuestros saberes en cada caso; pero nuestro viajar hacia la Tierra Nueva siempre fue indeclinable.

lunes, 29 de agosto de 2016

Antes del recuerdo.

Caían cientos de meteoritos, miles, de un metal único; al raspar la piedra la iba corroyendo, tanto que la misma barra de metal se iba consumiendo, hasta desaparecer. Con estas herramientas les marcamos el camino a los hermanos que venían detrás:  con un león gigante, desgastado de un peñasco al borde del río, y una gran plataforma para subir al Cielo, nivelando 7 grandes terraplenes a partir del primer piso en la Roca Madre misma, tal cual solíamos hacer para alejarnos de las cada vez más frecuentes inundaciones en nuestra área de origen. Lo que no sabíamos es que nuestros Hermanos, que abandonaron las Islas luego del primer cataclismo, a pesar de conocer el camino de las estrellas que nosotros seguíamos, jamás arribarían; en vez de venir hacia el poniente tomaron el camino del Este, y su viaje acuático fue interceptado por la Tierra del Camino del Viento.

jueves, 10 de marzo de 2016

EL DIARIO DE EVA

Cuando fuimos expulsados del Paraíso por aquel viejo fantasma pensamos que era la muerte, pero no pudimos estar más equivocados…
Antes que nada debo decir a mi favor  que yo aún no había surgido cuando el Viejo advirtió a Adán de no probar del dulce fruto, así que no se me puede acusar de desobediencia. Y si nos tuvimos que ir fue simplemente porque Adán ya me había tomado como esposa, y el viejo libidinoso no aceptó en contener su deseo mientras yo andaba simplemente por ahí, así que para no caer en tentación simplemente nos dijo: “¡Fuera¡”. Y nosotros nos fuimos.
Seguimos la senda del Sol, buscando encontrar su morada, y a medida que avanzábamos nos íbamos reproduciendo y progresando.
Enseñamos las artes del cultivo, y fuimos aprendiendo a tratar a los animales y decidir cuáles eran mejores para domesticar y para acompañarnos en nuestro viaje.
Hicimos una choza a orillas del agua, entrelazando lotos y juncos. Sobre ella, las estrellas. Choza que cual arca se convierte en sarcófago, tronco hueco que se convierte en tumba, arca flotante de la cual sale un niño, una nueva chance de que los misterios pasados puedan ser rememorados.
Otro niño es el que llevamos envuelto a la espalda, es el mismo que termina guiando el carro del padre en camino a la cueva del Sol. O a donde sea que vaya el rey del cielo a recuperarse día a día.
Eran Ellos los representados en los grabados antiguos, los que el Hijo representa en memoria de su Padre muerto, y es la historia que recuerda y les cuenta a sus hijos. De cómo el carro fúnebre pasa en su eterno peregrinar hacia su eterno retorno, y el Hijo es siempre el que acompaña al Rey muerto.
Y yo, Eva, he seguido reencarnando, he seguido renaciendo en todas las hijas y nietas de mi misma, siempre soy Yo que me estoy  recreando a mí misma.
Y en medio de todas las gentes fuimos progresando. 
Siempre llevamos en el recuerdo la memoria de nuestra tierra, de sus montañas y ríos, de sus cuevas. La sequía que sobrevino a nuestra expulsión fue irreversible, pero las montañas y pasos aún se mantienen como tales, enmarcando los amaneceres y atardeceres con todo el esplendor que el Rey Sol se merece.